-Es como si tuvieras un escudo que te defiende de los
cañonazos.
-Sí, me sigo acercado al cañón pero tengo un escudo para que
no me traspasen los cañonazos.
-Pero eso no está bien…
-No le veo el lado malo, me acerco a la gente solo que no
dejo que me afecten.
-Sí, te estás perdiendo la oportunidad de sentir de verdad.
-Eso no es malo, si no siento de verdad, no sentiré dolor de
verdad…
Me miró a los ojos y me dijo con mayor seriedad que antes:
-Te estás perdiendo la oportunidad de sentir de verdad.
Con su mirada me dijo todo lo que me perdía… Esa mirada
decía más que sus palabras.
Pero tengo miedo, si algo he aprendido es que si te atreves
a creer, te arriesgas a sufrir y me cansé de lanzarme al precipicio sin
paracaídas.
No me quedan ganas de sentir.
He levantado un muro donde nadie puede entrar, pero estoy
bien así, me siento cómoda, se está muy agusto aquí con esa falsa seguridad de que nadie
puede hacerme daño, esto me ayuda seguir. No puedo derribarlo, no sé saltarlo,
pero por encima de todo no quiero hacerlo. Saltarlo sería… caer en una realidad
que aún no puedo enfrentar, una realidad de la que llevo huyendo mucho tiempo.
De momento, me quedo a vivir la vida desde este otro lado del muro, que te
prometo, no es tan malo, solo a veces siento una punzada de vacío, pero nada
comparable a todo lo que tendría que soportar si el muro callera y me dejara a
la deriva.
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