sábado, 11 de mayo de 2013

Perdida en mis pensamientos, apenas me di cuenta de que una rosa comenzaba a caer delante de mis pies. Miré hacia arriba y ahí estaba él. En este instante solo era testigo la luna de todos los pensamientos que se pasaban por mi mente. Lo miré durante unos minutos, como siempre, sentía que podía perderme en su mirada.
Entonces, recogí la rosa, pero sin suerte esta se deshizo y sus pétalos se separaron cayendo al suelo. Fue en ese instante cuando me percaté de que yo misma me sentía así.
Lo miré, me miró. Lo amaba, de eso no había duda, pero no se lo diría. Era como la rosa, un golpe contra el suelo lo podía soportar, pero un leve movimiento que destrozara mi estabilidad haría que me deshiciera, petalo a petalo.
Descendió de la casa y se acercó a mi. Mi corazón, como era habitual cada vez que el se acercaba, comenzóa latir con fuerza, llamándolo. Sin medir palabra se acercó a mí y me abrazó. En sus brazos estaba perdida... sin rumbo... por eso traté de separarme bruscamente, pero el no me lo permitió. Me abrazó con más fuerza. Sentí que habíamos dejado de ser dos personas para convertirno en una sola. Luego, despacio, sin prisa, me besó. Me entregué a su beso porque quería decirle así cuanto lo amaba, cuanto lo necesitaba, que era todo para mí. Quería que supiera cuánto lo amaba y que significaba para mí, quería que supiera con este beso todo lo que no era capaz de decirle con las palabras.
Y en al alto, luna como siempre, fiel testigo de mis amores, sentimientos y visiones, de lo más importante y lo más insignificante... Siempre la luna, testigo unico de estos dos seres que no eras más que dos niños jugando a quererse.


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